Cuando Lola Beltrán murió en 1996,
este Pueblo Mágico sinaloense se llenó de dolor; pero a la vez se convirtió en una fecha memorable por la visita del divo,
quien le cantó ‘Amor eterno’
Empezaba la primavera, el día estaba soleado y caluroso. Cómo olvidar aquel 24 de marzo de 1996, cuando murió María Lucila Beltrán Ruiz, la inolvidable Lola Beltrán, y su pueblo de El Rosario la cobijó con su llanto.
Siempre en mi mente están aquellos recuerdos imborrables que ni el pasar del tiempo opaca en lo más mínimo.
Los restos de Lola la Grande yacían en su féretro en aquella enorme finca familiar ubicada en el pintoresco pueblo que la vio nacer y recorrer aquellas calles empolvadas.
Hasta ese recóndito lugar, ubicado en el bello estado sinaloense, arribó el Divo de Juárez. El hombre sencillo y carismático con olor a pueblo llegó para cantarle a su entrañable y adorada amiga su gran Amor eterno, como agradecimiento a la mano que un día le brindó apoyo en sus inicios musicales.
LÁGRIMAS POR LOLA
La llegada del intérprete a ese terruño no fue, como en otras ocasiones eran, de fiesta; este día hubo infinito dolor. Su semblante era triste y pensativo en todo momento. Debajo de aquellos anteojos no dejó de secar sus lágrimas que caían sobre sus mejillas tras la pérdida de una de sus entrañables amigas: doña Lola Beltrán, nuestra Paloma Querida, madre de la gran cantante María Elena Beltrán.
Recuerdo su llegada. El pueblo rosarense fue una algarabía y alboroto por las calles en donde niños y adultos gritaban despavoridos y emocionados: “Llegó Juan Grabiel, llegó Juan Grabiel [sic]”, sin poder pronunciar su nombre, pero sabían quién era el gran Juan Gabriel que los visitaba una vez más.
FUE UNA EMOCIÓN
Algunas madres preocupadas por la apariencia de sus hijos los regresaban a casa.
Aquel centenar de chamacos, emocionados por ver a Juan Gabriel, hoy son adultos y tal vez recuerden cómo sus progenitoras les gritaban de calle a calle: “Que te vengas a bañar, muchacho. ¿A dónde vas todo mugroso allá entre la gente?”.
Durante la estancia, el Divo de Juárez nunca estuvo sólo. El pueblo entero volcó su cariño al maravilloso ser humano. También ahí estaban grandes figuras de la política priista y del medio musical, como doña Amalia Mendoza, la Tariacuri; Enriqueta Jiménez, a quien conocimos como Queta, La Prieta Linda; creo también estaba Silvia Urquidi, hoy representante y amiga de Juan Gabriel.
Las horas se tornaron mayormente de dolor, cuando a los restos de Lola Beltrán les dieron su último recorrido por las calles del pueblo. Posteriormente fueron trasladados al panteón San Juan.
El Sol era intenso, las calles polvorientas y aquel pueblo se congregó donde sería la última morada de la gran intérprete de la canción mexicana, quien tantas veces cantó La muerte del palomo, inolvidable tema, primer composición de Juan Gabriel.
Entre aplausos, música de mariachi, banda sinaloense y el canto de Juan Gabriel junto a sus amigas entonando aquel himno Amor eterno para su Lola la Grande, chiquitines revoloteaban, brincaban de un lugar a otro sin parar y no dejaban de mirar asombrados al ídolo mundial.
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